Los datos, la narración y yo
En mis ansias de tener un descanso de las ecuaciones, de las fórmulas químicas, de los parciales y laboratorios, en 2019 decidí inscribir una materia sobre cine. En las primeras dos horas aprendíamos teoría e historia y las últimas dos veíamos películas. Me quedan muchas enseñanzas teóricas de esta materia, un cariño a los westerns y una plataforma digital nueva: Letterboxd.
Desde ese año, según sus cifras principales, he loggeado 698 películas, 26 este año, tengo 1 lista, sigo a 5 personas y tengo 9 seguidores. Estas estadísticas en ciertos momentos de mi vida se volvieron una meta: ver un número específico de películas en él año (usualmente este número incrementaba con el pasar de los años). Mi meta este año consistía en algo diferente. Quería ir doce veces en el año a cine, una vez al mes, al menos. Creo que logré mí cometido, sí las visitas no me fallan.
Letterboxd tiene dos principales características. La primera son sus usuarios. Es una de mis partes favoritas al ver algo nuevo, imaginarme los chistes y comentarios graciosos que estará en el foro de cada película. La segunda característica, y el por qué la traigo a colación, es su pestaña llamada diary.
Como se puede observar en la imagen, diary consiste en una recopilación de las películas vistas en cierto día, de cierto mes. Incluye la fecha, el nombre, el año que se estrenó, el rating que le di, si me gustaron, si las he visto anteriormente, y el review de cada una de ellas.
La pregunta que traigo a colación hoy es ¿Se puede considerar esto un diario? Es una recopilación de datos, de fechas, y de opiniones. El principal uso que le doy es como una ayuda para mi memoria, una especie de Magdalena Proustiana. La película despierta el recuerdo del día, aquello que hice antes, después, con quiénes estaba, que me llevó a ver esa película y así voy construyendo mi día a día.
No siempre funciona.
La última película que vi fue la primera entrega de la saga de Piratas del Caribe. Según el diario de la plataforma digital, había visto esta misma película el 25 de septiembre del 2021. No solo tengo cero recuerdos de ese día, al mirar la película sentí que la estaba viendo por primera vez. No tenía alguna idea de lo qué estaba pasando.
¿Puede ser esa base de información un diario?
Me inclino a pensar que puede ser una herramienta, pero no es una narración del yo como tal. Si usara las reviews y de cada una de ellas escribiera mi opinión, lo que sentí, lo que viví, si podría visualizarse una narrativa del yo.
Pero definamos en que consiste un diario. Leonor Arfuch en La vida como narración explica:
“el diario íntimo promete en cambio la mayor cercanía a la profundidad del yo. Una escritura desprovista de ataduras genéricas, abierta a la improvisación, a innúmeros registros del lenguaje y del coleccionismo – todo puede encontrar lugar en sus páginas: cuentas, boletas, fotografías, recortes, vestigios, un universo entero de anclajes fetichísticos -, sujeta apenas al ritmo de la cronología, sin límite de tiempo ni lugar. El diario cubre el imaginario de libertad absoluta, cobija cualquier tema, desde la insignificancia cotidiana a la iluminación filosófica, de la reflexión sentimental a la pasión desatada” (pág. 110)
Según esta definición, podría ser parte de un diario. Es un registro del lenguaje (de cierta forma), es un vestigio de aquello que vi, de aquello en lo que existí.
Sí, por otro lado, googleamos qué es un diario personal, Wikipedia lo define como “un texto que de manera fragmentaria y con el registro de la fecha suele destinarse a una lectura interior y privada de quien lo confeccionó”. De manera general se entiende el diario como un lugar para desahogarse, para expresar sus meditaciones, sus reflexiones, su día a día. También existen los diarios de estructura, aquellos donde se construyen obras literarias, narrativas. Una suerte de notas y cuaderno de apuntes.
Más cerca a esta definición se encuentran los diarios de Virginia Woolf. Ella por más de veinte años escribió aquello que pasaba día a día. Sus emociones, sus declives, sus proyectos literarios, y lo más mundano de su vida. Cómo pasaba el día, a quiénes visitaban, cómo estaba el clima, qué pendientes tenía para la semana. Se desahogaba de su pareja, de sus amigos, del mundo, de su vida, de ella misma. Se encontraba a ella misma. Probaba nuevos ejercicios literarios. Anotaba (como Letterboxd) qué obras tenía pendiente para ver, quÉ había escuchado. Tiene un diario que concuerda con nuestra definición clásica de diario.
Letterboxd no es la única plataforma digital que cuenta con un apartado de diario. Actualmente otras plataformas integran su herramienta de diario, Goodreads, Page Bound, entre otros, que nacen de la fascinación de esta sociedad por medirse y verse reflejada en datos (¡hola Byung-Chul Han!). No hay que revisar muy lejos tampoco. Al buscar en la Play Store de Samsung (por ejemplo) la palabra diario, aparecen recomendaciones de incontables aplicaciones.
La pregunta en que nos debemos enfocar entonces no es si dejaran de existir diarios, porque no lo harán. Es natural para el hombre querer escribir sobre él mismo, querer descubrirse, querer entenderse. Es vital. No requiere ser un gran poeta, ni ir a terapia. El formato de bitácora se nos enseña desde niños, como una herramienta para vernos en el pasado y entendernos en el presente.
La pregunta es ¿cómo se está transformando el diario en la sociedad actual? ¿Solo existen formatos digitales como las aplicaciones anteriores? ¿Se sigue usando papel y lápiz? ¿Qué cambia en nuestro pensamiento y en lo que expresamos en cada una de éstas?
Para poder hablar de transformación hay que hacer una pequeña recopilación rápida de cuáles formatos nos rodean, y que ya se han mencionado.
El primero de ellos es el diario clásico. El diario que usaba Virginia Woolf. El diario que usaba Ana Frank. El diario que se sigue usando hoy, y, por la cantidad de negocios en Instagram, de puestos que veo en ferias y de papelerías, sigue estando en auge su venta.
El diario no requiere mucho. Solo una libreta. Un lapicero. Sentarte contigo mismo en un momento de reflexión y empezar a escribir. Esta escritura puede ser tan libre como se quiera. Puede ser listas. Puede ser anécdotas del día. Un estudio del yo. Una obra de ficción. Pueden ser dibujos, recortes, fotografías. Todo es válido. Lo único que corta su despliegue es la materialidad. Su hoja física.
Personalmente tengo múltiples diarios. Los he tenido desde que era una niña. Los diarios tienen cierta tendencia. Recuerdo el boom cuando era chiquita, había unos que tenían llave, otros que tenían reconocimiento de voz (gracias Los diarios de Barbie, la peor película del mundo ficcional de Barbie, por poner de moda este artefacto), otros que eran la simple libreta. Los hay con fecha, con hoja blanca, con hoja de puntos, con hoja rayada. Creo que ahora tengo tres o cuatro. Cada uno sirve propósitos diferentes. Uno lo tengo desde hace muchos años, anoto frases que me gustan, frases exploratorias, intentos de letras y canciones. Otros sí sirven para escribir anécdotas. Reflexionar sobre mí misma. Muchas veces me quedo más en la libreta como tal, y no tanto en el escribir. Es un hobby en sí encontrar la más adecuada.
El incremento de las libretas también vino por esa tendencia del journaling. Esta actividad no tiene nada de nuevo. Es narrar tu vida, es escribir en tu diario. Cada vez se hace más colorida. Con nuevos formatos. Con más preguntas. Con más datos. Resumir el día en un color, en una emoción. Llevar un registro de cuántos vasos de agua tomas, cuantos días haces ejercicios, cuánto duermes. Se ha vuelto más una herramienta de registro que ayuda en la narración del yo, que una abstracción del yo. Es como si nos quedáramos en el paso de la preparación, en el paso de recopilar información, datos, pero no seguimos más allá, no los interpretamos.
(Acepto que esta propuesta es cínica de mí parte. Dudo que seamos la primera generación que registra con tanto detalle lo que pasa en su día. Creo alguna vez haber leído que, si somos de las generaciones más preocupados por sí mismo, lo cual puede tener una explicación al incremento del registro, pero dudo nuevamente que fuéramos los únicos que lo hacían)
El incremento de los aparatos electrónicos que nos acompañan en la vida, cada vez más ligeros y con funciones más complejas han cambiado la manera en que nos relacionamos con el papel. Aunque las libretas siguen estando en nuestras vidas, es más rápido recurrir a un celular y a aplicaciones para escribir o registrar el día. De las varias aplicaciones que vimos anteriormente su encanto es la interfaz. Es sencillo registrar tus emociones. Basta con utilizar un Emoji, un color, una carita feliz, una carita triste. Una emoción entre cinco predeterminadas. Es seleccionar algo establecido, darle clic y ya con eso narrar tu día. Es poner un número que indica el tiempo que dormiste. Dar el nombre con quién te relacionaste.
Tal vez estamos perdiendo la capacidad de abstraer y de escribir. De tomarnos unos minutos al día para respirar y reflexionar sobre qué nos ha pasado. Vivimos en el engaño de que nos conocemos, conocemos nuestras emociones, somos personas emocionalmente inteligentes, cuando lo que hacemos realmente es una farsa llamada “entenderse”. Estar cinco minutos en una aplicación seleccionando cuál color, ahorrando todo lo que brinda la lengua, la palabra, el dibujo, el ritual, eso no es conocerse a sí mismo. Es el encanto de la tecnología, las empresas y (ya sueno como uno de ellos, como esos filósofos) el capitalismo que nos hace sentir que sí nos conocemos y nos tomamos tiempo para nosotros mismos, para realizar nuestros rituales, cuando realmente no tenemos o sacamos ni cinco minutos para escribir, para abstraer, para pensar. Vivir bajo la farsa de que hacemos las cosas meditadas, cuando hacemos todo rápido y sin digerir.
(No va tanto al tema, pero es algo que he hablado con mi psicóloga, la falta de tiempo en la vida diaria ha hecho que disminuyan los rituales, lo sagrado (sí, esta conversación también salió al discutir el trabajo de Byung-Chul Han, es que no lo suelto). Soy una persona de rituales, de escribir cartas de bienvenida y de despedida. De quemar las emociones. De hablarle al viento. Darse el tiempo tiene un valor y un aprendizaje importante para la vida. Tomarse lo que se tenga que tomar para realizar las actividades. Respetar el tiempo del ritual. Nos ocupamos con mil cosas y a nosotros mismos nos damos el último lugar)
Volviendo al tema, otro formato que se tiene son las notas del celular. Es para mí lo que realmente evoluciona del diario. Tienen ese componente libre, reflexivo, improvisado y hasta fechista que tiene en el diario. La acumulación de entradas. El desorden en que conviven. La ingenuidad de la intimidad. Nos desahogamos sin esperar que nadie lea eso, sin esperar una edición. Es sentimiento puro y fuerte.
Mis notas, por ejemplo, están divididas en dos carpetas. La primera son las generales y la segunda las llamo “Personal”. En general parecer ser que la última nota fue el 9 de mayo, y es una explicación de dos personas cercanas a mí. Luego va una anotación que quería hacer sobre una clase y Proust, Odette y Swann. El 30 de abril una especie de apuntes de una clase, más abajo un listado de hamburgueserías para visitar en el Burguer Master y las últimas dos más notas de clase.
Personal, por otro lado, sí se puede parecer más a un diario. Lo primero es un listado de regalos. Nunca sé qué pedir de cumpleaños o navidad, por lo que mantengo un listado de pequeños detalles que me gustarían. Torta negra, una iniciativa en donde cada uno de mis tíos llevará un postre a la comida familiar. Son las fechas para no olvidar. Contraseñas son eso, contraseñas. Y luego empiezan las cartas, las reflexiones, los pensamientos que no se van, esos mensajes que nunca se enviaron, etc…
Por último, se tienen los blogs. Una “nueva” (vieja) forma de diario. Digo que vieja, porque los blogs no son algo nuevo. Han sido populares desde el boom de los computadores y el internet en los noventa. Los foros, los blogs, espacios digitales donde pueden dejar su imaginación volar. Los límites ya no son tan claros. Pueden tener imágenes, vídeos, collages, juegos, mensajería, calendarios… puede agregar todo lo que el usuario sienta necesario para expresar mejor su cometido.
A diferencia de los otros espacios, donde la censura era auto impuesta, y el diario (si no se decidía ser publicado) era un espacio íntimo y privado que solo pasaría por los propios ojos, los blogs están expuestos a cualquier extraterrestre en línea que quiera revisarlos. Limitan lo público y lo íntimo. Estás siendo vulnerable, desahogándote de tu día, poniendo en palabras pensamientos teóricos y que daban vueltas en tu mente, sin saber quiénes serán los dichosos que lo leen, ¿quién es el público de este blog? ¿de mi diario?
El blog y el diario llevan a la pregunta de la verdad y la identidad. En el diario personal de papel, ¿cuál es el peligro de mentir? ¿de no contar toda la verdad? El único implicado es uno mismo. Con la única persona con la que no estoy siendo honesta es conmigo misma. Tal vez con algún chismoso que también lee el diario, pero eso ya se nos sale de las manos. En la Internet las cosas cambian bastante. El debate no es tanto sobre si es malo ser honesto o ser deshonesto, el debate es más sobre, ¿cómo saber si se está siendo honesto o no? Y verdaderamente, ¿cabe la palabra honestidad aquí? ¿Hay algo malo en que la versión en línea no sea la misma que la versión real? Yo estoy siendo lo más honesta que puedo en este blog, pero podría elegir cambiar detalles de mí, de quién soy, y no por eso tendría menos valor mi diario.
Sobre esto, decido seguir aquello que expresa Leonor Arfuch en palabras de Benveniste en 1977: “ Por poco que se piense – afirmaba Benveniste- no hay otro testimonio objetivo de la identidad de un sujeto que el que así da él mismo sobre sí mismo” (pág. 9)
A lo que me refería previamente de peligro, es que al subir a internet las cosas, ya deja de ser privado. Cualquiera en el público puede leerlo. Malinterpretarlo. Abusar de la confianza. Pueden robar la identidad. Pueden tomarlo como mal ejemplo. El diario pasa a la órbita de lo público, pero es una decisión consciente que se toma al publicar en línea.
Hay diferencias claras entre los formatos de esta publicación, cómo los manejamos, cómo nos adecuamos a ellos. Se comparará el blog y el diario entre sí para entender bien lo diverso de estás modalidades.
La primera gran diferencia entre ambos formatos es la decisión editorial. Si ponemos el ejemplo de Woolf, los diarios se escribían (originalmente) sin la intención de venderse, de tener un fin editorial. Lo que importa en un diario es aquello que se escriba, es la hoja y un lápiz, las armas que se tienen para descubrir el yo y narrarse en el proceso. No hay que darle muchas vueltas, no hay que preparar todos los colores del mundo. Es un ente solo en su mundo, trayendo a líneas y esbozos aquello que siente, de manera rápida.
La edición de un tercero también tiene gran relevancia. No es lo mismo la edición del esposo de Virginia al de la esposa de su sobrino. En el diario parece que otros (en la mayoría de ocasiones) deciden qué publicar, qué no publicar, cuándo publicarlo. ¿Qué cortar? ¿Qué dejar? ¿Qué da más valor económico? Un diario editado por su compañero de vida que quiere omitir ciertas escenas de ella, o la esposa de su sobrino, que se toma el papel de buscar a cada persona mencionada, integrarla al contexto, y entender qué tiene que ver con su búsqueda.
En el blog como tal, la persona es tanto escritor como editor. Desde un principio al elegir el nombre, los colores, el formato, que le interesaba, ya se está editando la obra. No se debe esperar que el autor de sus derechos cuando esté muerto para compartirlo. La decisión editorial y de publicación nace cuando se decide integrar el blog a una página web, a las galaxias artificiales que creamos en línea. Y también existen tipos de blogs que llevan a decisiones editoriales diferentes. Existen blogs donde toda la plantilla ya está creada, solo se debe preocupar por el texto, por las palabras. Existen blogs que llevan a un nivel más medio, se puede jugar con el fondo, con la letra, pero la disposición es la misma para todos. Hay otra clase como la que están visitando hoy, mucho más libres.
De manera egoísta (y es mi mundo, lo puedo hacer) robaré de este espacio para contar el proceso de creación de este mundo. Inicialmente lo conocí por otro mundo artificial (¡Hola Tik Tok!) y el cometido me llamaba la atención. Era un ejercicio para conocerme a mí misma, para retarme, para ser más creativa. Empecé a ver tutoriales, parecía sencillo. Mi mentalidad (terrible) era algo como “si una persona x de internet puede hacerlo, ¿por qué yo no?” Debía considerar que posiblemente la persona x tenía más tiempo que yo, más paciencia y menos expectativas para crear su primer blog. El primer boceto que tenía en mi mente era algo totalmente opuesto a lo que presento hoy. Era una experiencia diferente. Porque ahora, igual que un libro, debo preocuparme por cada detalle.
Luego de fracasar múltiples días y no entender el código (¿No se los había dicho? Todo lo que ven hoy es un código traducido por una máquina) decidí apoyarme en aquellos extraterrestres que de manera amable hacen guías y prestan plantillas de mundos para que cada quien lo configure a su agrado. ¡Gracias extraterrestre! ¡Gracias Teppy por tu Layout y también por tu tutorial!
Ya teniendo una base, era momento de configurar. Decidir qué imágenes tener de fondo. Qué letra. Qué colores. ¿Cómo separar cada apartado? ¿Mejor dejar un solo fondo o cambiar cada imagen según el apartado? Es crear un mundo, es crear la narrativa de mi mundo. Son datos intervenidos que van sirviendo como escenografía para ubicar mi interioridad. Integrar la música (algo que no me dejaría un diario tradicional) era esencial. Es parte de quien soy. Muchas veces me dice más la melodía de un piano y un violín que imágenes y palabras. No podía dejarlas atrás.
Volviendo al tema que nos compete, pueden ver cómo cada formato da y quita algo. El diario te da inmediatez, mientras que el blog necesita más tiempo. El ritual que se configura en cada uno es diferente.
Para el diario solo necesitas estar tú presente y algo con qué anotar. Hay una diferencia en la mente y en las conexiones neuronales cuando se escribe a mano a cuando se teclea. No quiero llegar a algo muy técnico pero si estás interesado en saberlo, te dejo un reportaje interesante sobre eso: https://unamglobal.unam.mx/global_revista/escritura-a-mano-cerebro-aprendizaje-unam/
Hablando desde la experiencia, el ritual cuando se escribe es diferente. Para escribir a mano debo tener mis implementos listos, implementos que son móviles, puedo cargar mis libretas y un lapicero y sacarlos en cualquier espacio. Si necesito una especie de mentalidad: necesito estar preparada para reflexionar. Debo dejar de mirar el celular, apagar mi atención en los alrededores, y enfocarme solamente en esa hoja en blanco y pensar qué le quiero decir. ¿Qué tan honesta quiero ser? ¿Qué tema quiero tratar?
Como el diario es solo mío, no debo esperar a tener una estructura, a tener un sentido. Puedo solamente liberar todos mis pensamientos, aquellas opiniones que quiero expresar. Puedo ser lo más ridícula que yo quiera, puedo imaginar historias. Puedo reír mientras escribo. Puedo llorar mientras revelo mi alma. Puede ser un proceso que dure dos o tres hojas. Pueden ser unas simples frases. Todo sin esperar nada a cambio. Todo dándome un tiempo solo para mí.
Escribir a mano es un proceso diferente, divertido, que hemos perdido con el tiempo. Es pensar muy bien aquello que quieres decir, especialmente si lo haces con lapicero de tinta. No puedes borrar, pero sí puedes tachar. Hay una implicación diferente entre tachar y borrar. Tachar perdura, el error ya está expuesto. Borrar en un documento de Word elimina, no queda esencia de lo que estaba ahí. Muchas veces, cuando escribo a mano mi mente va más rápido que mi mano, y debo ralentizar aquello que quiero decir, como lo quiero decir. Muchas veces solamente dejo camino libre a mi mente. No estructuro. Solo dejo que una palabra guíe a la otra, y la estructura se forme sola, tal como la quiere mi mente.
El cambio de la letra a medida que se escribe también dice algo. Denota que estamos cansados de escribir porque hemos perdido la costumbre de usar la mano. Algunas veces, cuando hay mayúsculas donde no debería haber, cuando se nota una pausa. La letra expresa algo más, le da más carácter a la narración. Mi letra usualmente empieza pequeña y despegada, a medida que escribo se va ladeando, y muchas veces termina siendo cursiva. La primera tipografía que aprendí al escribir. ¿Qué pensaría Mario Levrero sobre mi tipo de letra?
El ritual al escribir el blog es muy diferente. No es tan directo y requiere más tiempo del esperado. Además del tiempo invertido en la creación de una página, del formato, de todo aquello que rodea el texto, la escritura del texto formula algo diferente. En mi caso, la escritura de estos textos empieza en lo físico. Siempre empieza en papel y lápiz. En un listado, en una guía, en una estructura. Tal vez porque estos textos tienen un carácter más teórico y no son comparables, o tal vez porque soy consciente de que más personas van a leer esto y no es mi pequeño secreto como lo es el diario personal.
Luego de la estructura, sigue la escritura en un software de textos. Mi predeterminado es Word. Aquí ignorar el mundo es más complicado. El acceso a páginas de internet, a sinónimos, a imágenes, a distracciones, todo es más inmediato. Están a un clic de distancia. Y me disperso. Y en mis textos, también me disperso. Teclear es más rápido que escribir a mano. Tiene la misma velocidad aquello que mi mente quiere decir y lo que transcribo. Si me equivoco, puedo simplemente borrar. Se despliega un mar de letras, que tienen relación entre ellas, que no, mal escritas, bien escritas, y solo se necesita una tecla de borrar y corregir todo.
Mis textos en Word son más extensos y acumulativos que aquellos a mano. Ya estaría cansada de escribir todo esto a mano. No le sé a la mesura. Soy alguien que escribe y repite, y se va a otro tema y vuelve. En una hoja de papel sería más sencillo acomodar eso. Pero la cantidad sería menor, porque mi mano se cansaría. Teclear no simboliza un dolor para mí. Hace mis textos más largos, menos concisos, posiblemente más aburridos y sin llegar tan rápido al punto.
Después va otra revisión. Como será publicado, necesito estar segura de que mi ortografía esté correcta. Una revisión técnica que me indique que hice mal, que hice bien. El siguiente paso es una traducción a HTML. Poner cada párrafo en su código correcto. Si tiene negrillas. Si hay cursivas. Si hay imágenes, crear el código que mejor las visualice, hacer su carpeta. Este formato toma más tiempo. Son más los pasos. Pero también es más automático. La traducción a HTML puede hacerse con inteligencia artificial. se puede pedir ayuda a ese otro artificio creado por el hombre que convive con nosotros cuando se tienen errores en el código, cuando algo no quiere comportarse como debería.
Son dos modalidades muy diferentes, que crean conexiones diferentes en nuestro cerebro. Como yo los trato, es solo una forma de utilizarlas. Por ejemplo, el diario siempre se ha entendido como algo personal, muy de vez en cuando dejamos que otra voz escriba en él, opine sobre él. Por otro lado, el blog puede volverse una construcción colectiva. Aunque escuchen sólo mi voz este blog ya es colectivo. Tuve la ayuda de muchos entes para poder construirlo. En otro tipo de colectividades cada uno podría tener un espacio, una voz propia en el campo común, o una voz colectiva que los refleja a todos en un espacio digital.
En un futuro me imagino los diarios de manera diferente. Tal vez me los imagino más como autoficciones o como realidades alternas. Con la facilidad de la tecnología, de la transportación a otros mundos, de la realidad virtual. Los diarios pueden ser equipos que guarden nuestros recuerdos, como cápsulas donde podamos revivir cada uno de esos momentos vividos y podamos opinar sobre ellos y guardar nuestra opinión. Y cada vez que los visitemos, cambiemos algo, re-opinemos sobre ellos. Tal vez sean foros, habitaciones personales en los que cada uno se encuentre, diga lo que quiere decir, sea escuchado por el que esté presente, y se desconecte y quede solo ahí, en ese espacio virtual. Los veo más orientados hacia la virtualidad, hacia la desconexión, hacia el otro. Aunque existe otra posibilidad que no veo tan lejana, un quiebre, un descanso.
El quiebre de lo digital. El cansancio de estar rodeado de pantallas, de teclas, de artificios. Puede que volvamos a lo conocido. Al papel. A la letra. A darse ese descanso de otros mundos, de otras opiniones, del otro y enfocarse solo en el yo. Enfocarse en uno mismo, en su reflexión, en su descanso, por medio del diario íntimo.
Eso sí lo aseguro. El diario no va a morir, tal vez se transforme su modalidad, pero no su concepto. Para que muera, se necesitaría un cambio cultural, un cambio de humanidad. Que se pierda la vitalidad de escribirse, de narrarse, de conocerse, de indagarse. No creo que la sociedad esté preparándose para ese cambio. Está alejada. Sería una nueva especie de seres humanos. De robots. De inteligencias. Algo sacado de ciencia ficción y mundos alternos.
¿Será que Virginia Woolf usaría alguno de estos nuevos métodos? ¿Usaría Letterboxd y Good Reads y sería un famoso usuario?...
Referencias bibliográficas
Arfuch, L. “La vida como narración”. En El espacio biográfico. Dilemas de la subjetividad contemporánea. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica, 2002.