Los datos, la narración y yo
Según la Real Academia Española, un dato se define como:
- Información necesaria y que sirve de fundamento para llegar al conocimiento exacto de algo.
- Información codificada de manera adecuada para que pueda ser tratada por un ordenador.
Ambas definiciones comparten una palabra clave que nos abunda y abruma por su exponencial crecimiento: información, la cual, según la RAE, se define como:
- Acción y efecto de informar.
- Comunicación o adquisición de conocimientos que permiten ampliar o precisar los que se poseen sobre una materia determinada.
- Educación, instrucción.
Como se nota en ambas definiciones, dato e información van de la mano. Parece ser que el dato es aquello que agrupa una información. Me imagino una pastilla: el dato es la forma física, el empaque, mientras que la información es el medicamento que va dentro de ella, que llega a nosotros al desintegrarse la membrana.
Debo admitir que se me hace familiar ambas situaciones que pintan las definiciones de datos. Llegar al conocimiento de algo a partir de datos es algo que hago día a día, minuto a minuto. Al observar, al escuchar, al hablar, lo que hago es agrupar datos que me llevarán a una información y esta a un conocimiento exacto.
En una conversación, por ejemplo, observo cómo saluda mi interlocutor, escucho lo que dice, guardo dentro de mí aquellas expresiones raras que usa, aquellos temas que trajo a colación. Así conozco a una persona y su humor de turno, y a partir de esas señales, esos datos, sé cómo llevar la interacción.
El cuerpo, inconscientemente, recolecta datos cada segundo que nos permiten vivir. Nuestro nivel de transpiración, la temperatura corporal y la del ambiente, dolores extraños: todos son datos comunes; al perturbar alguno de ellos, el cuerpo tiene una señal de alarma y resuelve aquello que nos aqueja.
“Un dato, sin contexto alguno, no sirve para nada”
Este fue de los primeros conocimientos que me impartió mi jefe cuando empecé a trabajar. Explicar mi trabajo siempre es complejo. Muchas veces ni yo sé explicarlo, pero puedo resumir en qué consiste.
Una persona me pondrá una tarea. Si tengo suerte me dará un documento con la información o el contexto en el cual se está trabajando. Yo los interpretaré, sacaré los datos y la información relevante y podré seguir adelante. Si no tengo suerte (como es la mayoría de las veces), embarcaré una búsqueda de contexto, algo que se asemeje a un dato o información que pueda completar aquello que necesito.
Luego de definir todos mis datos, paso a vivir la segunda definición de datos. Debo traducir esto a un ordenador, más específicamente, tres softwares interconectados que hablan su propio lenguaje. Todo este trabajo es la preparación para la obtención de un resultado. Algunos le llaman a esto utilizar las herramientas para resolver un problema. Yo le llamo pelear con un computador por 9 horas diarias hasta que logre realizar algo.
Cuando finalmente configuro los programas, la simulación corre, y obtengo un resultado. Es entonces el momento de darle vida a los datos. De manera curiosa lo llamamos “tirar colorcitos”. De manera oficial es organizar los datos e interpretarlos.
Todo este proceso me puede llevar alrededor de 3 o 4 semanas. Un proceso de arduas horas, de peleas con una máquina que no puede contestarme, de inventar casos, datos, supuestos. Todo para lograr un resultado. Un resultado tan simple como 80 m/s.
Ahora, si yo te digo: la respuesta es 80 m/s, tú me responderás “¿Ah?”
¡Claro! En ningún momento te di ninguna información, ningún contexto. Esos 80 m/s, ¿qué son? ¿Sirven para comer? ¿Con qué los trago?
Bueno, pensemos el problema desde otra perspectiva.
Si te muestro la siguiente imagen, ¿qué piensas?
Si te muestro la siguiente imagen, ¿qué piensas?
Posiblemente hay colores, los cuales indican una variable. Tal vez esta variable es la velocidad. Tal vez los 80 m/s tienen algo que ver con alguno de esos colores.
Sí, además, acompaño esa imagen con una oración que lee “la velocidad del aire dentro de la cabina es en promedio 80 m/s, como se observa con el color rojo”. Bueno, ya tienen un dato, y un poco de información. Ya les estoy comunicando el resultado.
Pero esa comunicación no sirve para mucho. Aquel que vea eso tendrá todavía miles de preguntas. ¿Por qué debe tener esa velocidad? ¿Por qué no otra? ¿Cuál es el estándar? ¿Por qué aire? ¿Por qué es importante hacer eso?
Si yo, en cambio, te narro antes de mostrarte los resultados lo siguiente:
“El químico XXX por sus propiedades gaseosas tiende a evaporarse a XXX temperatura, y un % XX de él en el aire puede ser nocivo para la salud. Por eso es necesario asegurar la constante ventilación del lugar. El aire debe tener una velocidad entre 50 a 80 m/s según el estándar YYY para considerar seguro el flujo de corriente, y no se caiga en peligros de absorción”.
Es muy diferente tu interpretación del dato ahora, ¿no?
(Todo lo que mencioné son ejemplos; el dato como tal no tiene concordancia con la imagen, pero evidencia aquello que quiero expresar.)
Ya si vuelves a ver la imagen, podrías buscar las zonas en donde no cumple el estándar. Sabrás si la gente se puede enfermar o no. Ya tienes un por qué. Un propósito.
Volviendo a mi jefe, este conocimiento no vino a mí de manera gratuita. En uno de los primeros reportes que hice como practicante, solo puse un resultado, un dato, sin contexto. Si mal no recuerdo, era una caja, con colores y temperaturas. Un mes después, volvimos a revisar esos datos. Yo no recordaba mucho del porqué se había realizado la simulación, ni qué era lo correcto o incorrecto.
Comunicar es momentáneo: tienes una información, la usas en ese momento, pero luego se olvida, no se pone en un contexto. Narrar es significativo, perdura más. Tu memoria se activa al momento de narrar. Desde eso, en todos los reportes, por más corto que sea, siempre tengo algún breve apartado que narre (lo que un ingeniero puede admitirse a narrar) aquello que estoy buscando, aquello que voy a contar hoy. Les doy el inicio de una historia, y el dato es la trama que la sostiene.
Desde que aprendí eso, también peleo con otras personas por lo mismo. Al revisar informes viejos —un PDF o una presentación de PowerPoint— sin poder hablar con aquella persona que los hizo, veo la diferencia entre mostrar y decir (entre comunicar y narrar). Aquel que solo muestra para un instante, en este caso una presentación, versus aquel que narra, que desarrolla la historia. Aquel que deja un dato puro, como los 80 m/s, contra aquel que interviene ese dato, saca imágenes, una historia, conclusiones…
Este sentimiento que tengo e intento compartir hoy con ustedes lo expresa de mejor manera Byung-Chul Han en La crisis de la narración:
“La información es aditiva y acumulativa. No transmite sentido, mientras que la narración está cargada de él. Sentido significa originalmente dirección. Así pues, hoy estamos más informados que nunca, pero andamos totalmente desorientados. Además, la información trocea el tiempo y lo reduce a una mera sucesión de instantes presentes. La narración, por el contrario, genera un continuo temporal, es decir, una historia” (pág. 6)
(No por eso me doy de mejor empleada por entender la diferencia entre comunicar y narrar. Actualmente mi jefe y yo estamos haciendo un proyecto donde solo se sacan datos, y cada vez se acumula más y más información. Luego esa información se interpreta en una llamada de 30 minutos por Teams con expertos de otros países, que ven la solución de todos sus problemas en cuatro-cinco líneas de colores. Yo solo veo unas simples líneas.)
Creo que debo disculparme con ustedes visitantes. Quería hablar un poco sobre mí, sobre mis datos, y mi Meta, pero me desvié a anécdotas de trabajo y darle razón a la crisis de la narración. Lo cual es curioso puesto que Meta nació como una especie de desafío al filósofo coreano.
Ya les doy mi argumento, no quiero conseguir enemigos en mitad del recorrido.
No es que esté totalmente en desacuerdo con el filósofo. Su libro fue una lectura muy esclarecedora de cómo se entiende el mundo. Tiene un ritmo, unas anécdotas, una línea de pensamiento clara y sensata. Es una crítica válida a la sociedad y a la rapidez que conlleva el capitalismo. También tiene cosas muy bellas que he defendido desde que soy niña, como es aquel pensamiento que parafraseo a continuación:
“Mientras los niños existan, las historias siempre van a vivir. Y cómo los niños nunca van a dejar de existir, las historias nunca van a parar”.
Lo único con lo que no concuerdo es lo extremista que puede llegar a ser. Y tal vez en un acto que justifico como rebeldía adolescente, quería comprobar algo que él decía. ¿Será que aquellos datos míos puros no narran absolutamente nada?
Por el bien de este experimento, Meta se conformó por dos tipos de datos: los datos puros y los datos intervenidos.
Los datos puros consisten en la pestaña de Mis favoritos actuales: cinco películas, cinco series y cinco libros. Los datos intervenidos están en la pestaña Mis visiones del futuro. Estos son collages que hago anualmente al inicio de este, visualizando cómo quiero que sea mi año, qué metas quiero cumplir, qué manifiesto para mí misma.
Antes de empezar el análisis, debo admitir que hice un poco de trampa.
Tal vez al hablar de datos en plataformas digitales, Byung-Chul se refería a aquello que publicamos en Instagram. Aquella reflexión en Twitter. Aquel video compartido de TikTok. Lamentablemente (y con mucho orgullo lo digo) no tengo Twitter. Lo único que hay en mi profile de Instagram es mi nombre y una foto tomada en 2023 por mis amigas que estaban cansadas de que mi perfil pareciera un perfil falso. Y aquello compartido en TikTok son principalmente memes, vídeos de tía, vacas y covers musicales. ¡Tenía que improvisar un poco los datos que iba a dar sobre mí!
Lo que tenía que crear por medio de mis datos era ese yo virtual característico de los medios electrónicos. No es mi yo principal que pueden conocer en carne y huesos ciertas personas. No. Es ese yo virtual que he ido alimentando desde que empecé a navegar el mundo artificial y las plataformas digitales. Como lo explica mejor Manuel Alberca en El pacto ambiguo:
“Instalación de otra personalidad en su propio cuerpo… característico de la sociedad. Ambos se han referido a la naturaleza cambiante y múltiple del sujeto actual, por no hablar de las posibilidades que los modernos medios electrónicos abren a la construcción de yos virtuales” (pág. 29)
Estos datos míos deberían conformar cómo ustedes entienden mi yo. Un yo que vive en un mundo virtual. Un yo que es una abstracción de mi propia personalidad (en caso de que quiera ser honesta y lo quiero ser). ¿Saben lo complejo qué es ese cometido? ¿Intentar fijar algo, abstraer algo, datos por más mínimos que sean, de un cuerpo que siempre está cambiando?
Yo padezco de los mismos dolores de la sociedad actual, aunque lo haga de manera más callada. Yo también cambio, me transformo, me contradigo, me equivoco. ¿De dónde encontrar datos fijos de mí si mi personalidad nunca está fija? Decidí irme por factores externos, por referentes terceros.
Recordando aquellos vídeos de journaling que he visto (más sobre diarios en una próxima entrada), usualmente empiezan con favoritos. Con aquellas series que están viendo, películas que los marcaron, libros de su biblioteca personal. Entonces así procedí. Hice un pequeño listado: cinco imágenes para cada una de estas categorías. Es algo más simple que dar opiniones sobre mí misma, sobre cómo pienso, cómo razono. Un aleteo más fácil de fijar.
Dos detalles para resaltar con la elección de las imágenes.
Lo primero es la inmediatez de la figura. Al compartir esto en clase, una extraterrestre crítica (visitante de honor) hizo la aclaración. La recepción del dato (y la vista) es distinta si son palabras a si son imágenes. En caso de haber utilizado solo texto, ustedes visitantes podrían haber pasado encima de ellos sin leer activamente qué dice. Solo sería un continuo de letras que tienen algún sentido juntas, pero en sus mentes no lo han clarificado.
Hagamos un ejemplo: en vez de poner una portada, pusiera su nombre “Veinticinco, veintiuno” o 스물다섯 스물하나 (en su idioma original). Para el visitante que esté leyendo eso de pasada, puede pasarlo derecho y ni siquiera reparar que hay un idioma diferente (un tipo de escritura diferente). Alguien puede detenerse e intentar descifrar qué significa cada pieza del hangeul. Puede ser un viajero que identifica su lengua original y se sienta sorprendido al verlo en medio de caracteres en español. A partir de eso, va formando un pensamiento, una crítica, un estereotipo dentro de cada uno de ellos.
La imagen elegida también es una especie de trampa.
La clase de imagen que seleccioné, aunque es un dato puro, tiene un poco de narración dentro de ella (es imposible separar una imagen de su narrativa, o, aunque sea eso me parece a mí que conoce el contexto en que se ubica). Para seguir con el ejemplo, estas tres imágenes expresan cosas muy diferentes:
El simple formato puede despistar. La imagen que elegí no especifica el año en que se emite el programa, y aunque las últimas dos den pistas de cuando se estrenó, tampoco es claro en qué época está ambientada (spoiler: tanto en los noventas como en los 2020’s). La primera imagen solo enfoca a dos personas, puede darse a entender como una historia de amor, o una historia de desamor por la frase (si es que alcanzan a ver eso). Las últimas dos muestran una serie de amigos, de romance, de drama. Nada podría indicar que es la historia de vida de una esgrimista, su amor hacia el deporte, la disciplina, y la pasión que tiene por la vida.
Lo segundo a resaltar es porque no hablo cosas tan íntimas en mi Meta. El internet sigue siendo un mundo artificial muy extraño, en el cual me cuesta compartir mis cosas. Soy una persona reservada, y vergonzosa, que le da pena compartir sus gustos. Además, nunca se sabe qué clase de extraterrestres pueden llegar a este planeta mío, y algo sí se debe resguardar en los rincones. Algo solo mío, íntimo, que me garantiza una seguridad y una confianza de que no muestro todo mi yo de manera directa.
¿Recuerdan mis datos intervenidos? Bueno, en ellos ya se visualiza una narración. Aunque son solo imágenes, la manera en que se disponen, a cuáles se les da prioridad, cuáles artistas hay, la decisión de que mi cara esté o no, ya van hilando algo, van tejiendo una historia. Tal vez no una historia de ficción, están mucho más cerca a una narración del yo o una autoficción.
(Pensamiento para una próxima entrada: ¿Puede un vision board considerarse una autoficción? ¿Cumple con los requisitos? Para eso debería aprender más sobre la recepción de la imagen, sé muy poco de ello.)
Igual que una obra de arte, mi collage (que no quiero compararlo por su calidad, sino por su recepción) puede tener una historia muy diferente para él que lo vea. Yo veo metas. Veo sueños. Si narro el porqué de cada cosa, el sentido que tiene, estaría narrando mi vida. Lo que tú extraterrestre veas e hiles es diferente. Lo que es innegable es que ese dato intervenido está creando una historia, ya la está cocinando.
Pero volvamos a la crisis de la narración que me estoy apartando. Dos apartados de vital importancia sobre el tema (y que me llevan a toda esta escritura) son los siguientes:
“Cuanto menos se narra, más datos e informaciones se producen y se acumulan. Para las plataformas digitales los datos son más valiosos que las narraciones. Las reflexiones narrativas están mal vistas. Algunas plataformas digitales permiten formatos narrativos, pero entonces deben configurarse de tal modo que se ajusten al banco de datos, para así arrojar la mayor cantidad posible de datos.” (pág. 22)
Y como es típico de la narración del filósofo, un comentario sobre la sociedad actual capitalista:
“Cuantos más datos se compilen acerca de una persona, tanto mejor se la podrá vigilar, manejar y explotar económicamente.” (pág. 22)
Respecto a estos puntos (que elijo porque creo que agrupan bastante bien lo que estoy discutiendo), hay opiniones con los que estoy de acuerdo, otros no tanto… vamos a ellos:
Lo primero es que no es gratuita la elección de esta plataforma digital en donde lees este artículo. Neocities es un third space digital, gratuito (sí, está limitado un poco por el espacio de carga, pero es bastante amplio), donde cada persona puede conformar su espacio como quiera. El propósito con el que cada persona hace su página es distinto. Muchos lo hacen para subir su arte, sus escritos, sus imágenes. Otros lo hacen para comunicarse con una cierta comunidad que han conformado. En mi caso, lo hago con la excusa de un fin académico, con el verdadero propósito de retarme a escribir y conocerme más a mí misma.
No hay un fin capitalista detrás de este propósito. No debo pagar, y no busco vender con este servicio. Puedo estar equivocada pero no creo que se puedan enlazar anuncios u otro tipo de propaganda económica. Todo esto para decir que sí existen plataformas digitales en donde la narración vale más que los datos. No muchas, y un poco escondidas, pero sí las hay.
(Tampoco se puede considerar a Neocities una comunidad chiquita. Según Wikipedia, a octubre de 2025 contaba con 1’298.400 sitios.)
Apartado que llega a mi mente: ¿Son estas elecciones las nuevas formas políticas de resistir? ¿No querer dar mis datos personales, limitarme en qué expongo, qué escribo? ¿Seleccionar con lupa qué plataformas digitales habitar? ¿No irme por aquellas conformadas por megacorporaciones que venderán mis datos en cada elección presidencial e inundarán mis redes por mi pensamiento político? (coff coff Zuckerberg)
Sí estoy de acuerdo con que el estrellato se lo han llevado plataformas digitales donde la recolección de datos es uno de sus principales atractivos: Instagram, Letterboxd, Goodreads, etc. Pero aún en estas plataformas existen espacios para narrar. Existen espacios para crear comunidades.
Tal vez mi rebeldía con la crítica de Byung-Chul Han es la poca apertura de su mirada. Sí. Hay redes sociales malas. Pero no son las únicas que hay, ni dentro de ellas solo existen cosas vacías.
Voy a hablar por TikTok, posiblemente la red social que más uso. Los datos que no narran serían horas y horas incontables de vídeos que no tienen sentido, de trends, de bailes. Pero en el fondo, hay mucho más que eso.
Tal vez es mi algoritmo, tal vez son mis intereses, pero en más de una ocasión TikTok me ha mostrado un vídeo de un minuto que se ha convertido en una serie que cuenta con más de cuatro temporadas y cuenta con gran acogida y un público leal. Se crean narraciones e historias. Y no necesariamente tienen que ser ficciones.
Uno de los grandes trends del año pasado consistía en narrar una historia personal, en contar una historia. Y no era solo comunicar la desgracia que le había pasado al usuario, no. Era elegir cada imagen, saber atrapar a la audiencia con el humor, con el giro, y de manera corta. Se narraba, la mayoría de videos, en treinta oraciones o menos. Es un ejercicio creativo y literario.
Y las narraciones no solo se quedan en el usuario. También los comentarios acogen y mejoran esas narraciones: el aporte que cada usuario quiera dar, una imagen que acompañe, que lo haga más gracioso. Una nueva mirada. Un nuevo detalle. Una continuación que la historia puede tener.
Otro apartado que llega a mi mente mientras edito este texto: ¿Serán los comentarios las nuevas formas de crear historias colectivas? Ya no tendremos fogata que rodeemos juntos, pero sí tendremos una voz e historia principal, y miles de comentarios que van a seguir avanzando la narración. ¿Serán los likes los parámetros para catalogar la voz más popular? Ya en ocasiones se vuelve foro de preguntas y respuestas. Y la creatividad e historias son dignas de libros y películas.
(No sé si alguna vez tuvo nombre el trend, pero esa imagen y el sonido que la acompañaba ya indicaba de qué iba cada vídeo.)
El público sigue narrando, sigue contando historias, sigue compartiendo, y no con el ánimo de vender, solo por expresarse, por reírse, por compartir una anécdota que marcó su vida. Sí, las plataformas posiblemente se dedican a vender, es lo que las mantiene vivas, lo que les da dinero a sus creadores. Pero muchos usuarios siguen usándolas para conocerse a ellos mismos, para crear comunidades, para escribir.
Es tanta la magnitud de usuarios que usan las plataformas digitales para conocerse que de manera chistosa ha surgido un comentario viral: “Está bien tener secretos” o “¿Saben qué pueden invertir en diarios?”. Las personas han encontrado una comodidad, una especie de anonimato, un interés por compartir sus secretos, los de sus amigos, los de su familia. Lo íntimo y personal se mezcla con lo público. Parece ser que aquello que vive en lo más recóndito sale en estos lugares donde se cree que nadie conoce a nadie. No sabría si llamarlo un espacio seguro o simplemente ingenuidad de cada ser. Es creer que, entre miles de voces, la suya no tendrá relevancia y se pueden desahogar en el gran abismo digital.
Tal vez lo hacen porque necesitan sacar y compartir de alguna manera esos secretos que les pesan. O tal vez porque quieren ser vistos. En el mundo real, lo íntimo y lo personal es algo que se va revelando poco a poco, que requiere vulnerabilidad, confianza, tiempo. Lo primero que se ve es tal vez lo público, cosas que no hay forma de esconder. Ese espacio digital les da un camino, un short-cut para que vean su interior saltándose lo exterior.
Soy cínica respecto a este tema. Es ingenuo pensar que el anonimato sí existe. Sí, hay videos que nadie ve, que siempre viven en el mundo artificial sin encontrar donde anclarse. Pero hay videos que despegan y se viralizan. Que las personas van a mirar y conectar. Donde la intimidad se expone (y muchas veces puede llevar a problemas legales, ya que pareciera que no se conocen los límites de la intimidad del otro y se abusa de ella). También lo íntimo y lo personal supera el mundo digital. El caso de engaño en un concierto de Coldplay. Sí, fue en un lugar público, sí, fueron ellos mismos los que se delataron. Pero también fueron los datos y las redes sociales los que aceleraron todo. Irrumpir en la intimidad de la otra persona cada vez es más rápido y peligroso.
En un futuro las leyes sobre la intimidad y lo personal serán más estrictas, especialmente con el incremento del uso de IA. Conoceremos los secretos de los usuarios, sus fetiches, sus crímenes, pero ¿podremos conocer su cara pública? ¿Nos esconderemos detrás de avatares sin ser capaces de expresar estas verdades en la vida real? ¿Seremos capaces de ser honestos con nosotros mismos sin necesidad de una audiencia?
Preguntas y más preguntas surgen. Mejor sigamos.
Lo segundo con lo que sí estoy de acuerdo es que somos una sociedad obsesionada con los datos. En cierto punto de mi vida sentía que mi tiempo no tenía sentido porque no estaba cumpliendo mi meta anual de cuántos libros debía leer, de cuántas películas debía ver. Registrar cada una de mis visitas, registrar cada una de mis opiniones. Seguir los datos y dar información sobre nosotros a través de ellos se ha convertido en una obsesión.
Spotify Wrapped, el resumen de Nequi en que gasté mi plata al final del año, la carta anual de Letterboxd de cuáles géneros vi, son informes que espero con ansias, pero en cierto momento de mi vida se volvían una pesadilla porque no estaba cumpliendo con las estadísticas que debía cumplir. Mi referente eran otros, otros que no conozco, y que posiblemente podían estar mintiendo. Personas que leían cien libros al año, veían una película diaria, estadísticas imposibles para mí replicar, especialmente con mi estilo de vida; más quería volver mi vida una cifra.
Estos datos no me narraban. No dicen quién soy yo. No por escuchar en el año poco a un artista me hacía menos fan de su música. No porque solo leía un libro al mes me hacía menos letrada. Los datos que compartí con ustedes tampoco me narran. Son una ventana, son una herramienta; les dan pistas de qué conforma mi interioridad. Como lo hace mi música, el lenguaje que uso, de dónde vengo y cómo visto. Pero eso no soy yo.
“Los datos recopilados se agrupan en forma de gráficas y de diagramas atractivos. Pero no cuentan nada sobre quién soy yo. El yo no es una cantidad, sino una calidad” (pág. 23)
Yo no soy la cantidad de series que veo. No soy cinco series. No soy cinco libros. Pero sí tal vez les explicará por qué Veinticinco, veintiuno me marcó y puso en jaque quién soy. Si escribiera por qué The Pitt se ha vuelto una serie de comfort. Por qué Derry Girls representa mi pasado y mis amistades. Ahí sí estaría narrando, porque ningún dato es aleatorio, recuerden eso. Pero si no se narra, sí lo son. Son un simple nombre, sin un por qué ni una relevancia en mi historia personal.
Repito, ninguno de los datos que elegí son aleatorios. Cada una de esas narraciones me enseñó algo en mi vida. Me dio fe en la humanidad. Me acompañó en mis momentos más tristes. Me enseñó de temas con los que no estaba familiarizada. Me ayudó a construir mi planeta. Mi yo. Más solo soy consciente de esto luego de narrar. Luego de explicarle a mis amigos por qué deben verlo. Luego de analizar esos sentimientos y ponerlos en palabras, no solo en abstracciones.
Importante anotar que sí se entrevé una calidad en los datos intervenidos. Aunque no tengan palabras, una narración sí se ve. Aunque no saben quién soy yo, factores como: el orden en que se organizan los favoritos, el orden en que está el collage, el fondo de la página, el animal que lo acompaña, el tipo de letra, el color, que cada una de las secciones tenga una temática distinta y una música diferente. Son decisiones que van conformando mi yo. Son datos que están a un paso de analizarse y ser narración.
Más importante aún, anotar el punto desde donde escribo. No soy buena interpretando imágenes, y las narraciones que uso son usualmente textuales. Un artista plástico, alguien más conocedor de la imagen, podría argumentar que ya la manera en que se distribuye mi planeta, los colores, los animales, mis favoritos y las imágenes ya cuentan como tal una narración del yo. Yo los veo como un diario, los veo como información propia, pero al contrastarlo con la visión de la otra persona, puede tener una tensión diferente (nuevamente, me sigo dispersando a sabiendas de que el texto sobre diarios está en otra entrada).
Este apartado pretendía ser mucho más corto, y sin tantos fragmentos y vueltas. Pido nuevamente disculpas por las incoherencias. Mi intención era conversar con el filósofo. Y desde mi lado de la pantalla, creo que algo logré. Comparto alguna de sus opiniones, sigo desconfiando en otras. Me gustaría que se diera la oportunidad de explorar otro lado de lo digital y abriera su mirada a otras narraciones. Más eso no le quita que gran parte de la población sí vive solo de datos y de información, de la bruma y el estrés, de la ansiedad y la acumulación, del capitalismo y el tiempo veloz, lo cual les impide vivir y conocerse a ellos mismos. Les impide habitarse y crearse en un mundo.
Qué inestable realidad en la que vivimos, sin embargo, elijo ver el lado esperanzador que el trágico. Cada día son más las personas que despiertan con el ánimo a conocerse, a ser un individuo, a no seguir las normas sociales, a no seguir los trends. Cada día son más los conscientes de cómo separar el mundo artificial del mundo real. Falta todavía mucho, pero a pasos de tortuga se va transformando la visión del otro público.
Referencias bibliográficas
Han, B.-C. (2023). La crisis de la narración.
Alberca, M. (2007). El pacto ambiguo. De la novela autobiográfica a la autoficción.